miércoles, 23 de septiembre de 2015

Niño sin globo

Compartir lo que realmente hace brotar un sentimiento es darle la oportunidad a otros de sentir algo igual, parecido o diferente, puede que sea nostalgia o incluso algo muy lejano de esta. Creo que lo siguiente es un homenaje a aquello que la mayoría desconoce: su propio pasado, que ayuda a entender el presente. Es una historia basada en un poema de David Hernandez Arellano: Niño sin globo


Niño sin globo

Se le ha escapado el globo
camino de un azul incandescente.
Primero la sorpresa y el reproche
al gesto traicionero de su mano.
No es capaz de entender.
Después llorar,
llorar hasta que el cielo
ya no es azul ni gris ni puede verse.

Han pasado los años.
Ahora es viejo y contempla
ese azul infinito.
Sigue sin comprender por qué las cosas
que más amó en la vida
huyeron hacia arriba.

Nunca terminan de llorar los niños
que llevamos adentro.
Anonimario. David Hernández Sevillano.
***
Se quedó mirando la marcha del tren.
El andén quedó vacío, y su figura no aparecía, como otras veces.
Se sentó en uno de los bancos a esperar, ya llegaría.
En el móvil seguía grabado su número de teléfono, y su letra se dibujaba clara en algunas tarjetas.
Su mirada estaba grabada en sus pupilas, y su voz resonaba clara en sus oídos.
Nada  hacía temer que no apareciera.
Le dio por preguntarse si estaría mirando en la dirección equivocada. Si llegaría por otro lugar, si esperaba en el andén correcto, y el desasosiego inundó su alma.
Deambuló de acá para allá. Pasó de un andén a otro. Volvía la cabeza.
Luego, cansado de una vigilancia de mil ojos, volvió a sentarse en el primer banco.
Miró al cielo. El sol le deslumbraba.
Bajó la mirada y vio cómo las escaleras tragaban viajeros anónimos que seguían su camino. No parecía que ellos esperaran a nadie.
Un niño dejó escapar un globo. También pensaba que volvería;  por fin, alguien, como él, esperaba la aparición de algo.
La madre señalaba el globo, y el niño miraba su índice sin comprender.
Vio que un papel se despegaba del suelo y dibujaba un vuelo acrobático sobre las vías del tren, y se alejaba.
El índice, el globo, el sol, el papel, las vías del tren.
El índice que marca el camino del globo, cuya silueta desaparece por la luz deslumbrante, que hace reverberar las vías del tren, que marcan el camino del papel.
La mirada del niño, la mirada del hombre que espera y el paisaje de hierro se fundieron.
El niño comprendió que los raíles sin el papel arrebatado al suelo o a alguna papelera no eran nada; el globo, sin el aire; el hombre, sin la mirada expectante; el esperado, sin el que espera, y que entre todos ellos había un silencioso pacto de amor.
El niño se tranquilizó, pero no pudo dejar de pensar en todos los juegos que le habían sido arrebatados por la  marcha del globo.

Miró al hombre del banco, que había decidido emprender la marcha y dirigirse al lugar donde iba a pasear con su acompañante, para esperarle allí.

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